Adolfo Suárez ha fallecido tras diez largos años de
penosa enfermedad. Hoy es elevado a la categoría de mito por los servicios
prestados al país durante una época muy convulsa. Pero a ello también ha
contribuido sin duda la falta de liderazgo en la actualidad y a la mediocridad
imperante. Cuanto más pequeño se es, más grande se ve al de al lado. No
obstante, Suárez se ha ganado el respeto de todos gracias a sus intentos de
sumar, de sacrificarse, de ceder, de ponerse en la piel del otro, lo que en
definitiva no es otra que la búsqueda constante de consenso. El primer
presidente de la democracia tras la dictadura llegó al poder sustituyendo a
Arias Navarro, conocido como “Carnicerito de Málaga” por los miles de
fusilamientos siendo fiscal tras la guerra civil. Suárez no tenía encomendado
más plan que desmontar el franquismo orgánico, la democratización del país, y
sacar a España de ese túnel oscuro que supuso la dictadura. Su período fue muy
complicado por la grave crisis económica existente entonces, los atentados de la
banda terrorista ETA y por los ruidos continuos de sables provenientes de los
cuarteles, y que ponían en peligro, muy al filo de la navaja, la llegada de la
democracia. Al contrario que en el momento actual, Suárez contó entonces con el
apoyo de grandes líderes al frente de la oposición y el gobierno, y es que no
es lo mismo tener a Rajoy, Aznar, Aguirre, Camps, Arenas, Pons, Cospedal, Wert,
Mato para sacar al país, que contar con Felipe González, Roca, Guerra, Ordóñez,
Peces Barbas, Pujol, Abril Martorell, Escuredo o Clavero Arévalo entre muchos
otros, líderes, estos últimos con gran altura de miras, porque perseguían un
mismo objetivo por encima de intereses personales y de partido. Hoy algunos
pretenden adueñarse de la figura de Adolfo Suárez cuando en realidad se
opusieron a sus grandes proyectos de modernización como la propia Constitución.
Por entonces la derecha democrática y reformista estaba en el partido de
Suárez, la UCD. Los hoy gobernantes en el PP, entonces no representaban otra
cosa que a la derecha nostálgica, los herederos del franquismo y que tan solo
pretendían una democracia descafeinada, oponiéndose a todo cuanto supusiera de
democratización. Suárez desmontó las instituciones franquistas, de donde
procedía, con gran habilidad, no olvidemos que cuando fue nombrado Presidente era
Secretario General del Movimiento. Desmontó el franquismo orgánico, pero
desgraciadamente el ideológico hoy está más crecido que nunca, sacando pecho al
salir de las oscuras cavernas de procedencia. Es sorprendente escuchar a
Gallardón, a Rajoy, a la misma Botella, que es necesario recuperar el espíritu
de la transición y que no es otra cosa que la búsqueda de la concordia a través
del consenso entre todos. Rajoy ha tenido la desfachatez de reclamar políticas
de consenso y diálogo, las mismas que no practica. No llevan a la práctica
ninguno de los valores que dicen ahora defender con ocasión del fallecimiento
de Suárez. Y hoy el pueblo es el más olvidado. Cuánto más dicen homenajear a
Suárez, más veo lo miserables que son los miembros que hoy componen el
gobierno. “Hagamos a nivel de ley lo que es normal a nivel de calle”, repetía a
menudo Suárez, gran principio pero que hoy está muy alejado de la práctica diaria del gobierno de Rajoy y que se ha
alejado de los intereses de la calle con cada una de sus leyes. Hoy los
ciudadanos están más desprotegidos y tienen menos derechos. Suárez es un
ejemplo para mostrarnos de lo que hoy carecemos y que tanto necesitamos. Hoy
los mismos que ensalzan al ex Presidente, son los mismos que contribuyeron a
hundirle. A los que vivimos esa época, con la muerte de Suárez se nos va un
poco de nosotros mismos, y es que nunca hemos estado tan lejos de los valores
de la transición.
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