martes, 25 de enero de 2011

¡Vaya, vaya con la valla!

Sí, ¡vaya, vaya con la valla! Y este título no es de ninguna de las maneras un remedo de la genial Gloria Fuertes que tanto ha colaborado con los educadores a desarrollar la creatividad y la imaginación de nuestros escolares. Tampoco es un ejercicio ortográfico a fin de enseñar a los alumnos determinadas palabras homófonas para que las escriban correctamente. Y ¡ojo!, que he dicho ¡homófonas!, y juro y perjuro que no es ningún insulto, que hay quien a base de continuos golpes de pecho perdió la capacidad crítica y de razonamiento necesaria para leer e interpretar correctamente los textos y terminan diciendo lo contrario de lo que está escrito. Pero en fin, algo que se han perdido, quizás también por no hacer los deberes a su edad. Sí, ¡vaya, vaya con la valla! Y es que no es difícil caminar o circular por Lebrija y encontrar más de una valla en nuestro itinerario. Ante ello hay quien no ve otra cosa más que un impedimento, un objeto intruso y de color amarillo sucio que le supone una molestia, una incomodidad o un estorbo y que a veces le hace tener que tomar otro camino distinto al que pretendía inicialmente.

Yo desde esta columna, sin ser presuntuoso pero con un poco más de altura de miras pretendo reivindicar la valla. Y es que en ese objeto amarillo, las más de las veces descolorido por las inclemencias del tiempo o por el contacto con el hormigón, veo en él más que nada una oportunidad, una hermosa y magnífica oportunidad que está muy ligada con los puestos de trabajo y con la mejora de la ciudad. ¡Ay, del pueblo en el que no se topara uno por sus calles con una sola valla!, qué triste pueblo y qué tristes gobernantes tendrían. Y sobre todo en la situación de crisis económica que padecemos y que son tan necesarias obras que den empleo, que ayuden a mejorar la economía de todos, también de empresarios y comerciantes, y que en definitiva mejoran la ciudad, haciéndola más humana, de los ciudadanos y dejándonos más calidad de vida y más seguridad.
Es imposible hacer obras para bien de nuestra ciudad y no colocar vallas, arreglar ese acerado que desde algún tiempo pedía un arreglito, o quitar ese bache peligroso, o asfaltar una calle que pedían los propios vecinos, o colocar esos pasos para atravesar la calzada con seguridad, o colocar más señales o más contenedores soterrados o esos vecinos que están pintando o encalando sus viviendas para cuando llegue la primavera, o mejorar los accesos como por ejemplo se acaba de hacer en Lebrija con la avda. Océano Atlántico y que no sólo servirá a los propios vecinos de esa zona sino que contribuirá con su granito de arena a eliminar algo de tráfico de otras. Si no se colocan vallas es que se está en una ciudad muerta o es que no se mira por la seguridad de los propios ciudadanos.

Todas las familias han hecho alguna vez obras en sus viviendas y no se han podido ir a otro lugar y han tenido que convivir con ellas, y han quitado o separado muebles, o soportado el polvo que puede originar colocar unos azulejos o la escayola de un techo. Y lo han aguantado porque en definitiva lo han hecho para mejorar su vida. Y han soportado molestias pero cuando han finalizado las obras se han sentido orgullosas de ellas. Por eso yo, desde esta columna reivindico la valla y lo hago como símbolo de que hay vida, de progreso, de mejora de nuestras infraestructuras, que nos originan algunas molestias pero que a la postre viene a mejorar nuestra calidad de vida. Me viene a la mente lo que hubiera ocurrido con las fuertes lluvias caídas en este año si no se llega a cambiar el colector de aguas fluviales por no molestar a los vecinos cortando sus calles. Numerosas familias que han soportado grandes obras pero que se han olvidado de que su casa se vuelva a inundar. Sí, ¡vaya, vaya con la valla!, pero qué bien nos viene a nuestra ciudad.

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